lunes, 29 de abril de 2013

TÉCNICA DE CORRECCIONES ENERGÉTICAS

Esta es una nueva técnica que estoy aprendiendo y que funciona en un 95% de efectividad (comprobados los resultados en mi misma), quiero compartirla con todos vosotros con el objetivo de que se conozca y se pueda aplicar en vuestras vidas para mejorar aquellos desequilibrios que os limiten.

La aplicación de esta técnica consiste en detectar las debilidades que nos restan energía (por enfermedades, por un estado mental, por trabajo, por un estado emocional, etc) y corregirlas, comprobar que todos los niveles de consciencia del ser humano concuerdan entre sí, como paso preliminar para aliviar el dolor y alcanzar el objetivo preestablecido.
Se basa en encontrar la causa real y profunda de esa debilidad/es y en corregirla para que no afecte a la persona nunca más.

Cuando algo en nuestras vidas se queda sin resolver (problema, trauma, fobia, emoción persistente, etc), se atasca en nosotros y no hemos sabido manejarlo o nos ha superado, se crea un dolor en el cuerpo físico, es una señal de alarma de que algo no va bien. Si no hacemos caso a ese dolor o lo tapamos sin llegar a la causa que lo origina, podrá desaparecer momentáneamente pero volverá a aparecer con más fuerza para hacernos saber que sigue ahí.

Cuando se averigua la verdad de ese malestar o dolor (y se corrige), el malestar o dolor desaparece, porque nos hacemos conscientes del problema y trabajamos en ese nuevo punto de vista. Se fortalecen esas debilidades y se borran esas memorias y efectos para que no afecten nunca más a la persona.

La base de esta técnica es la Kinesiología, se testa la información del cliente, sin suposiciones, ni ideas ni juicios de valor, el cliente tiene toda la información de lo que le ocurre y por qué le ocurre, lo único es que esa información no es consciente o no sabe gestionarla y se convierte en un problema de cualquier tipo (emocional, físico, mental, etc).

A través del test muscular se distingue entre Fuerte o Débil, Si/No, lo que nos irá dando las pautas para corregir esas debilidades que le ocasionan un problema.

Y de momento eso es todo, evidentemente es mucho más extensa de explicar pero la base es esta. Os animo a que si tenéis algún problema o desequilibrio de cualquier tipo la probéis.

miércoles, 10 de abril de 2013

LAS EMOCIONES Y EL MANTRA DE LAS SEIS SÍLABAS


En el Tíbet se practica mayoritariamente el budismo tántrico o vajrayana, que, basado en el budismo tradicional mahayana, aporta técnicas de meditación que son medios muy hábiles para trabajar con los problemas personales. De entre ellas, hablaremos de las deidades y los mantras.

En la iconografía tibetana observamos muchas deidades diferentes, algunas pacíficas, otras furiosas, que llevan al neófito a preguntarse si el budismo es politeísta. Las deidades personifican diferentes cualidades de Buda que existen, latentes o despiertas, en cada uno de nosotros. Invocando la energía de estas deidades o bien identificándonos con ellas, podemos ir despertando nuestro potencial y convertirnos así en budas, que es lo que hemos sido desde siempre. Cada deidad posee su mantra. Los mantras son sonidos sagrados que representan el nombre de la deidad. Al recitarlo una y otra vez, la estamos invocando. La deidad está en nosotros y la recitación del mantra la despierta.

De todas las deidades, Avalokiteshvara (Chenresi en tibetano) es la más practicada y venerada, siendo la personificación del amor y la compasión de todos los budas y sus hijos espirituales, los bodhisatvas. Su mantra es considerado el rey de los mantras. Los tibetanos lo recitan continuamente pasando las gastadas cuentas de sus rosarios, ya que es el mantra que aporta más beneficios. Se le llama mani y se pronuncia: OM MANI PEME HUNG

                                    

La razón por la que el mani es considerado tan importante es porque despierta nuestra capacidad de amor puro hacia todos y hacia todo, y también nuestra compasión y el poder para ayudar realmente a los demás. Purifica la mente de tal manera que transforma las emociones conflictivas, que son la causa de todos nuestros problemas. Entendemos por emoción conflictiva cualquier estado mental que perturbe la claridad natural de la mente, no dejándonos ver las cosas tal como son, sino distorsionándolas e impulsándonos a actuar de forma compulsiva, con el consiguiente daño que ello provoca.

En nuestra vida nos encontramos muchas veces en circunstancias en las que nuestros estados emocionales nos superan. Nos hacen salir poco airosos de las situaciones. Quedamos mal, padecemos terriblemente y les hacemos la vida imposible a los que nos rodean. ¿Quién no ha pasado alguna vez por un infierno de celos, de odio o de resentimiento? ¿Quién no conoce la incomodidad, por decir algo, del deseo exagerado, del orgullo herido o de un carácter agresivo?

Existe una gran variedad de estas emociones, siendo las más importantes: ira-odio-resentimiento, deseo, estupidez-limitación-ignorancia, orgullo, envidia-celos, codicia-avaricia.

Todas las demás emociones conflictivas son una combinación de estas seis.

El Buda dijo que estos estados emocionales son como venenos mentales, velos que cubren nuestra verdadera naturaleza y que no nos dejan ver claramente la realidad. Y aunque no se hagan manifiestos todo el tiempo, su semilla está enraizada en nosotros de tal manera que, cuando surge el detonante adecuado, se manifiestan con presteza. Todas las prácticas de meditación budistas tienen como objetivo, directa o indirectamente, trabajar con estos velos, para hacerlos cada vez más sutiles y, finalmente, transformarlos en lo que realmente son: sabiduría primordial. En general, el objetivo de la meditación es desarrollar un estado mental tranquilo y claro, sereno y lúcido, y mantenerlo durante todo el día. De esta forma el meditador consigue ser consciente de lo que pasa por él, y en cuanto empieza a surgir el aguijón de un estado mental negativo, lo ve y puede decidir lo que quiere hacer con él: alimentarlo con diversos pensamientos hasta que se desborde y se exprese al exterior; o bien reprimirlo y guardarlo. Pero el meditador sabe que ninguna de estas dos cosas es la solución. Ambas hacen daño y perpetúan la tendencia a seguir reaccionando de la misma manera. El meditador se convierte en el observador de su estado mental, dejando que la tempestad se apacigüe por sí misma al no alimentarla con nuevos pensamientos. Además de practicar esta técnica, se utiliza también la práctica de Avalokiteshvara, o Chenresi, y la recitación de su mantra, el mani mantra.

Aunque el mantra purifica y transforma todos los estados mentales negativos, se dice que cada una de sus seis sílabas trabaja directamente con cada uno de los seis principales venenos mentales, transformándolos en un tipo de sabiduría y en una virtud trascendental o paramita. Además, cada sílaba está asociada a un color determinado que trabaja junto con el sonido.

El mantra se recita pronunciándolo con voz clara, pero si estamos con gente y no queremos que se oiga lo podemos recitar mentalmente. Se utiliza un rosario (mala) que tradicionalmente tiene ciento ocho cuentas, y con cada mantra se pasa una de ellas. Tiene más efecto si se repite con un sentimiento de amor hacia todos los seres. También podemos imaginar mientras lo recitamos que nos bañan e impregnan rayos de luz del color que corresponde a la emoción que queremos trabajar. Por ejemplo, si el problema es el deseo, la luz será amarillo dorado. Si es la ira, será de color azul marino, etc.

La práctica de Chenresi, como todas las demás prácticas de deidades tántricas, incluye la visualización de uno mismo como la deidad y la repetición de su mantra. El objetivo es llegar a experimentar la pureza inherente a todos los seres y las cosas. Verlos a todos y a uno mismo como si fueran Chenresi, oír todos los sonidos como si fueran su mantra y percibir todo lo que pasa por la mente como la sabiduría y el amor de Chenresi, que no difieren de la mente de Buda. Esta práctica tiene el poder de transformar nuestra mente y con ello nuestra manera de experimentar la vida.

Lama Tsondru (Artículo de la revista Dharma)

domingo, 7 de abril de 2013

La enfermedad como camino


¿POR QUÉ NOS ENFERMAMOS?

ESCUCHA TU CUERPO - LA DIGESTIÓN  Por medio de la digestión, procesamos elementos materiales de este mundo. La digestión abarca:

1. Captación del mundo exterior en forma de elementos materiales.

2. Diferenciación entre lo asimilable y lo no asimilable.

3. Asimilación de las sustancias asimilables.

4. Expulsión de lo no digerible.

El que tiene hambre de cariño y no puede saciarla, manifiesta este afán en el aspecto corporal en forma de hambre de golosinas. El hambre de golosinas siempre expresa un hambre de cariño no saciada. Queda patente el doble significado que se atribuye a lo dulce: cuando vemos una chica guapa decimos que es un bombón y que está para comérsela. El amor y lo dulce tienen una estrecha relación. El deseo de golosinas en los niños es claro indicio de que no se sienten lo bastante amados. Los padres suelen protestar de semejante imputación diciendo que ellos «harían cualquier cosa por su hijo». Pero «hacer cualquier cosa» no es forzosamente lo mismo que «amar». El que come caramelos anhela amor y seguridad. Es más fiable esta regla que la valoración de la propia capacidad de amar. También hay padres que atiborran de golosinas a sus hijos, con lo que indican que no están dispuestos a ofrecer amor a sus hijos, por lo que tratan de compensarles de otro modo.

Las personas que realizan un trabajo intelectual y tienen que pensar mucho, muestran preferencia por los alimentos salados y los platos fuertes. Los muy conservadores, tienen predilección por los alimentos en conserva, especialmente los ahumados y el té cargado que beben sin azúcar (en general, son alimentos ricos en ácido tánico). Los que gustan de comidas picantes denotan deseo de nuevas emociones, son personas amantes de los desafíos, a pesar de que pueden ser indigestos, diametralmente opuestas a las que sólo comen cosas suaves: nada de sal ni especias. Estas personas rehuyen todo lo que sea novedad. Se desentienden de los retos y temen todo enfrentamiento. Este temor puede acentuarse hasta hacerles adoptar un régimen a base de papillas, como el del enfermo del estómago.

Las papillas son comidas de bebé, lo que indica claramente que el enfermo del estómago ha experimentado una regresión hasta la indiferenciación de la infancia, en la que no se puede elegir ni cortar y hay que renunciar hasta a morder y masticar (actividades estas en exceso agresivas) la comida. Este individuo evita tragar alimentos sólidos.

Un temor exagerado a las espinas simboliza el miedo a las agresiones. La preocupación por los huesos, miedo a los problemas, no se quiere llegar al meollo de la cuestión. Pero también existe el grupo contrario: los macrobióticos. Estas personas van en busca de problemas, prefieren alimentos para hincar el diente. Quieren desentrañar las cosas y prefieren los alimentos duros. Llegan hasta evitar los aspectos placenteros: a la hora del postre, eligen algo duro de roer.

Los macrobióticos denotan así cierto miedo al amor y la ternura y su incapacidad para aceptar el amor. Algunas personas llevan a tal extremo su afán de huir de los conflictos, que acaban teniendo que ser alimentadas por vía intravenosa en una unidad de cuidados intensivos. Ésta es sin duda la forma más segura de vegetar sin tener que molestarse.
Los dientes.

Los alimentos entran por la boca y en ella son triturados por los dientes. Con los dientes mordemos y masticamos. Morder es un acto muy agresivo, expresión de la capacidad de agarrar, sujetar y atacar. El perro enseña los dientes para demostrar su peligrosa agresividad; también nosotros decimos que vamos a «enseñar los dientes» a alguien cuando estamos decididos a defendernos. Una mala dentadura es indicio de que una persona tiene dificultad para manifestar su agresividad.

Hay personas que hacen rechinar los dientes mientras duermen, algunas con tanta fuerza que hay que ponerles un aparato en la boca para que no se los desgasten de tanto rechinar. El simbolismo está claro. El rechinar de dientes es sinónimo reconocido de agresividad impotente. El que durante el día no puede ceder al deseo de morder, tiene que rechinar los dientes por la noche hasta desgastarlos. Las encías son la base de los dientes, su lecho. Las encías representan también la base de la vitalidad y agresividad, confianza y seguridad en sí mismo. Pero las encías sensibles que sangran con facilidad no sirven para ello. La sangre es símbolo de vida, y la encía sangrante nos indica cómo, a la menor contrariedad, se le va la vida a la confianza y a la seguridad en sí mismo.

Tragar

Una vez triturados los alimentos con los dientes, los ensalivamos y los tragamos. Con el acto de tragar integramos, admitimos: tragar es incorporar. Mientras tenemos algo en la boca podemos escupirlo. Una vez lo hemos tragado, el proceso es difícilmente reversible. Los trozos grandes son difíciles y hasta imposibles de tragar. A veces, en la vida uno tiene que tragar algo contra su voluntad, por ejemplo, un despido. Hay malas noticias que son difíciles de tragar. Precisamente en estos casos, un poco de líquido puede facilitar la operación, especialmente si se trata de un buen trago. Del alcohólico se dice que traga mucho. Por lo general, el trago alcohólico sirve para facilitar o incluso, sustituir otros tragos. Se traga alcohol porque en la vida hay otras cosas que uno no puede ni quiere tragar. Así, el alcohólico sustituye la comida por la bebida (beber mucho provoca pérdida del apetito), sustituye el trago duro y sólido por el suave y líquido, el trago de la botella.

Hay numerosos trastornos de la deglución, por ejemplo, el nudo en la garganta, o unas anginas, que producen la sensación de no poder tragar. En estos casos, el afectado debe preguntarse: ¿Qué hay actualmente en mi vida que yo no pueda o no quiera tragar? Entre estos trastornos figura el de la «aerofagia», afección que impulsa a tragar aire. Huelgan más explicaciones para descubrir lo que ocurre en estos casos. Hay algo que uno no quiere tragar, no quiere asimilar, pero disimula tragando aire. Esta resistencia encubierta contra la deglución se manifiesta después con eructos y ventosidades.

Náuseas y vómitos

Una vez hemos tragado el alimento, éste puede resultar indigesto, como si tuviéramos una piedra en el estómago. Ahora bien, la piedra, al igual que el hueso de la fruta, es símbolo de problema. Todos sabemos cómo puede bloquearnos el estómago y quitarnos el apetito un problema. El apetito depende en gran medida de la situación psíquica. Hay multitud de expresiones que señalan esta analogía entre los procesos psíquicos y somáticos: Eso me ha quitado el apetito, o: Sólo de pensarlo me da mareo. O también: Nada más verlo se me revuelve el estómago. El mareo señala rechazo de algo que, por lo tanto, se nos sienta en la boca del estómago. También comer desordenada y atropelladamente puede producir mareo. La náusea culmina en el vómito del alimento. El individuo se libra de las cosas e impresiones que rechaza, que no quiere asimilar. El vómito es una expresión categórica de defensa y repudio.

Vomitar es «no aceptar». Esta relación se expresa claramente en los vómitos del embarazo. Aquí se expresa el rechazo inconsciente de la criatura o del semen que la mujer no quiere «incorporar». Siguiendo el razonamiento, los vómitos del embarazo también pueden expresar un rechazo de la función femenina (la maternidad).

El estómago

El lugar al que a continuación llega el alimento (no vomitado) es el estómago, cuya primera función es la de servir de recipiente. Él recibe todas las impresiones que vienen del exterior, lo que hay que digerir. La capacidad de recibir exige apertura, pasividad y capacidad de entrega. En virtud de estas propiedades, el estómago representa el polo femenino. Mientras que el principio masculino está caracterizado por la facultad de irradiar y por la actividad (elemento fuego), el principio femenino engloba la capacidad de aceptación, la abnegación, la sensibilidad y la facultad de recibir y guardar (elemento agua).

Lo que representa el elemento femenino en el terreno psíquico es la sensibilidad, el mundo de la percepción. Si un individuo reprime en la mente la capacidad de sentir, esta función pasa al cuerpo, y el estómago, además de los alimentos, tiene que admitir y digerir los sentimientos. En este caso, no es que el amor pase por el estómago sino que sentimos un peso en el estómago que más tarde o más temprano se manifestará como adiposidad. Además de la facultad de recibir, en el estómago hallamos otra función, correspondiente ésta al polo masculino: producción de ácidos.

El estómago reacciona produciendo un ácido agresivo con el que pretende modificar y digerir unos sentimientos no materiales, empresa difícil y molesta que nos recuerda que no es conveniente tragarse el mal humor ni obligar al estómago a digerirlo. El ácido jugo gástrico aumenta porque quiere imponerse, pero esto acarrea problemas al enfermo del estómago, que carece de la capacidad de enfrentarse conscientemente con su mal humor y su agresividad, para resolver de modo responsable conflictos y problemas. El enfermo del estómago o no exterioriza su agresividad (se la traga) o demuestra una agresividad exagerada, pero ni un extremo ni el otro le ayudan a resolver el problema realmente, ya que carece de confianza y seguridad en sí mismo, sentimiento indispensable para que el individuo resuelva su problema, carencia a la que aludimos al tratar del tema Dientes–Encías.

El enfermo del estómago es una persona que rehúye conflictos. Inconscientemente, añora la plácida niñez. Su estómago pide papilla, se alimenta de cosas que han sido tamizadas por el pasapurés y que, por lo tanto, han demostrado ser inofensivas, puede haber grumos o sea que sus problemas se han quedado en el tamiz. El enfermo del estómago no tolera los alimentos crudos, por bastos, primitivos y peligrosos. Antes de que él se atreva con los alimentos, éstos tienen que ser sometidos al agresivo proceso de la cocción. El pan integral es indigesto, porque aún contiene muchos problemas. Todos los alimentos sabrosos, el alcohol, el café, la nicotina y los dulces representan un estímulo excesivo para el enfermo del estómago. La vida y la comida tienen que estar exentas de desafíos. El ácido gástrico produce una sensación de opresión que impide registrar nuevas impresiones.

La ingestión de medicamentos antiácidos suele provocar eructos, con el consiguiente alivio, ya que eructar es una manifestación agresiva hacia el exterior. Con esto uno ha hecho disminuir un poco la presión. La terapia que suele aplicar la medicina académica (por ejemplo, «Valium») refleja la misma relación: el medicamento interrumpe químicamente la unión entre la mente y el sistema vegetativo.

La actitud básica de proyectar los sentimientos y la agresividad no hacia fuera sino hacia dentro, contra uno mismo provoca finalmente la úlcera de estómago. La úlcera es una llaga que se forma en la pared del estómago. El enfermo de úlcera, en lugar de digerir las impresiones del exterior, digiere el propio estómago. El enfermo de estómago tiene que aprender a tomar conciencia de sus sentimientos, afrontar conscientemente los conflictos y digerir conscientemente las impresiones. Además, el paciente de úlcera debe admitir y reconocer sus deseos de dependencia infantil, de la protección materna y el afán de ser querido y mimado, incluso y precisamente cuando estos deseos estén bien disimulados tras una fachada de independencia, autoridad y aplomo. También aquí el estómago revela la verdad.

Los ácidos atacan, corroen, descomponen: son inequívocamente agresivos. Una persona que sufre un disgusto dirá: Estoy amargado. Si la persona no consigue vencer este furor conscientemente o transmutarlo en agresión y se traga el mal humor, o traga bilis, su agresividad y su amargura se somatizan en ácidos estomacales, en trastornos estomacales y digestivos sería relevante hacerse las preguntas siguientes:

1. ¿Qué es lo que no puedo o no quiero tragar?

2. ¿Me consumo interiormente?

3. ¿Cómo llevo mis sentimientos?

4. ¿Qué me amarga?

5. ¿Cómo llevo mi agresividad?

6. ¿En qué medida huyo de los conflictos?

7. ¿Hay en mí una añoranza reprimida de un paraíso infantil sin conflictos en el que se me quería y mimaba sin que yo tuviera que abrirme paso a mordiscos?

Intestino delgado e intestino grueso

En el intestino delgado se produce la digestión propiamente dicha, mediante división en componentes (análisis) y asimilación. Llama la atención el parecido existente entre el intestino delgado y el cerebro. Ambos tienen una misión similar: el cerebro digiere las impresiones en el plano mental y el intestino digiere las sustancias materiales. Las afecciones del intestino delgado suscitan la pregunta de si el individuo no estará analizando demasiado, ya que la función característica del intestino delgado es el análisis, la división, el detalle.

Las personas con afecciones del intestino delgado suelen tender a un exceso de análisis y crítica, de todo tienen algo que decir. El intestino delgado es también un buen indicador de las angustias vitales; en el intestino delgado el alimento es valorado y «aprovechado». En el fondo de la preocupación por la valoración está la angustia vital, angustia de no recibir lo suficiente y morir de hambre. Más raramente, los problemas del intestino delgado pueden denotar también lo contrario: falta de capacidad de crítica. Éste es el caso de las llamadas [Fettstuhlen] de la insuficiencia pancreática.

Uno de los síntomas que con más frecuencia se dan en la zona del intestino delgado es la diarrea. Nosotros decimos - Ése de miedo se lo hace en los pantalones - Tener diarrea significa tener miedo. En la diarrea tenemos la indicación de una problemática de angustia. El que tiene miedo, no se entretiene en estudiar analíticamente a las emociones, sino que las suelta sin digerirlas. No hay más remedio. Uno se retira a un lugar tranquilo y solitario donde puede dejar que las cosas sigan su curso. Con ello se pierde mucho líquido, ese líquido símbolo de la flexibilidad que sería necesaria para ampliar la angustiosa frontera del Yo y con ello vencer el miedo. El miedo siempre está asociado con lo estrecho y con el afán de aferrarse. La terapia del miedo consiste siempre en: soltarse y expandirse, adquirir flexibilidad, observar los acontecimientos: ¡dejarlo correr! El tratamiento de la diarrea suele limitarse a administrar al enfermo gran cantidad de líquidos. Con ello recibe simbólicamente esa fluidez que necesita para ampliar sus horizontes, en los que experimenta el miedo. La diarrea, ya sea crónica o aguda, nos indica siempre que tenemos miedo y que tratamos de aferrarnos y nos enseña a soltar y dejar correr. En el intestino grueso, la digestión ya ha terminado. Aquí lo único que se hace es extraer el agua del resto de los alimentos indigestibles. La afección más generalizada que se produce en esta zona es el estreñimiento, modelo genuino de resistencia: retención-tensión y obstinación-deseo de venganza.

Desde Groddeck, el psicoanálisis interpreta la defecación como un acto de dar y regalar. Para darnos cuenta de que simbólicamente la deposición tiene algo que ver con el dinero basta recordar una expresión común en Alemania de Geld–schieser (defeca–dinero) y el cuento del asno de oro que, en lugar de estiércol, defecaba monedas de oro. Popularmente también se asocia el pisar deposiciones de perro con la perspectiva de recibir una suma de dinero. Estas indicaciones deben bastar para poner de manifiesto, sin recurrir a complicadas teorías, la relación simbólica existente entre excremento y dinero o entre defecar y dar.

Estreñimiento

Es expresión de la resistencia a dar, del afán e retener y está relacionado con la problemática de la avaricia. En nuestra época el estreñimiento es un síntoma muy extendido que padece la mayor parte de la gente. Indica claramente un exagerado afán de aferrarse a lo material (avaricia) y la incapacidad de ceder. Pero al intestino grueso corresponde otro importante significado simbólico. Si el intestino delgado se relaciona con el pensamiento analítico consciente, el intestino grueso corresponde al inconsciente, en el sentido literal, al «submundo». El inconsciente es, desde el punto de vista mitológico, el reino de los muertos. El intestino grueso es también un reino de los muertos, ya que en él se encuentran las sustancias que no pueden ser convertidas en vida, es el lugar en el que puede producirse la fermentación. La fermentación es también un proceso de putrefacción y muerte. Si el intestino grueso simboliza el inconsciente, el lado nocturno del cuerpo, el excremento representa el contenido del inconsciente.

Y ahora reconocemos claramente el otro significado del estreñimiento: es el miedo a dejar salir a la luz el contenido del inconsciente. Es la tentativa de retener fondos reprimidos. Las impresiones espirituales se acumulan y uno no consigue distanciarse de ellas. El paciente estreñido, literalmente, no puede dejar nada tras sí.

El estreñimiento nos indica que tenemos dificultades para dar y soltar, que queremos retener tanto las cosas materiales como el contenido del inconsciente y no queremos que nada, salga a la luz. Se llama colitis ulcerosa a una inflamación del intestino grueso que se manifiesta en forma aguda y tiende a hacerse crónica y produce dolores y frecuentes deposiciones de mucosidades sanguinolentas. También aquí la voz popular demuestra sus grandes conocimientos psicosomáticos: en alemán se llama vulgarmente Schleimscheisser o Schleimer, es decir, «defecación con moco», al individuo hipócrita, obsequioso y adulador capaz de todo por congraciarse, incluso de sacrificar su personalidad, de renunciar a su vida propia a fin de vivir la vida de otro en una especie de unidad simbiótica. La sangre y la mucosidad son sustancias vitales, símbolos de la vida. (Los mitos de numerosos pueblos primitivos cuentan que la vida surgió del lodo o del murciélago.) Sangre y moco pierde el que teme asumir su propia vida y su propia personalidad. Vivir la propia vida, empero, exige distanciarse del otro, lo cual provoca cierta soledad (pérdida de la simbiosis). De esto tiene miedo el que padece colitis. De miedo suda sangre y agua por el intestino. Por el intestino (= el inconsciente) ofrece en sacrificio los símbolos de su propia vida: sangre y moco. Sólo puede ayudarle reconocer que cada cual ha de vivir su propia vida de forma responsable, porque, si no, la pierde.

El páncreas

El páncreas forma parte del aparato digestivo y tiene dos funciones principales: la exocrina, que consiste en la producción de los jugos gástricos esenciales, de carácter eminentemente agresivo, y la endocrina. Mediante la función endocrina, el páncreas produce la insulina. El déficit de producción de estas células da lugar a una afección muy frecuente: la diabetes (azúcar en la sangre).

El diabético

Por falta de insulina, no puede asimilar el azúcar contenido en los alimentos; el azúcar escapa de su cuerpo con la orina. Sólo sustituyendo la palabra azúcar por la palabra amor habremos expuesto con claridad el problema del diabético. Las cosas dulces no son sino sucedáneo de otras dulzuras. Detrás del deseo del diabético de saborear cosas dulces y su incapacidad para asimilar el azúcar y almacenarlo en las propias células está el afán no reconocido de la realización amorosa, unido a la incapacidad de aceptar el amor, de abrirse a él. El diabético —y esto es significativo— tiene que alimentarse de «sucedáneos»: sucedáneos para satisfacer unos deseos auténticos. La diabetes produce la hiperacidulación o avinagra-miento de todo el cuerpo y puede provocar incluso un coma. Ya conocemos estos ácidos, símbolo de la agresividad.

Una y otra vez, nos encontramos con esta polaridad de amor y agresividad, de azúcar y ácido (en mitología: Venus y Marte). El cuerpo nos enseña, EL QUE NO AMA SE AGRIA… o formulado más claramente… EL QUE NO SABE DISFRUTAR SE HACE INSOPORTABLE… SOLO PUEDE RECIBIR AMOR EL QUE ES CAPAZ DE DARLO... El diabético da amor sólo en forma de azúcar en la orina. El que no se deja impregnar no retiene el azúcar. El diabético quiere amor (cosas dulces), pero no se atreve a buscarlo activamente «A mí lo dulce no me conviene». Pero lo desea «Qué más quisiera, pero no puedo». No puede recibir, puesto que no aprendió a dar, y por lo tanto no retiene el amor en el cuerpo: no asimila el azúcar y tiene que expulsarlo. ¡¡Cualquiera se amarga!! ¿No es cierto?

Artículo del libro: “La enfermedad como Camino” de: Thorwald Dethlefen y Rudiger Dahlke.